Hace tiempo que los fines de semana se convirtieron en poco más que una opción para comprar y limpiar. El sol que asoma en la ventana me recuerda que fuera hay algo más. Y me anima y me abate a pares. Sentimientos contrastados.
El vermut y el aperitivo se reduce a una bolsa de patatas mal abierta encima de la mesa mientras cocino.
Empiezo a añorar de verdad las mesas de domingo en casa de mi madre. Cuando ya no te cabía nada más y ni tan siquiera habías empezado a almorzar.
El mantel, las copas de hace mil años, el jamón, el queso, las patatas, platos y platos para picar. La botella de vino, y la de cava, para terminar.
Y el postre, añoro el postre que hacia del domingo un día especial. Un día para descansar.
Ingredientes:
- 1 litro de leche
- 300 g de azúcar blanco
- 12 yemas de huevo
- 1 rama de canela
- La piel de un limón
- 50 g de fécula de patata o maíz (o maizena)
- 1 taza de café llena de leche
- 50 g de azúcar
- Ponemos en la cazuela a fuego bajo la leche, los 300 gramos de azúcar, las yemas y la canela, la piel de limón. Mezclamos bien con una cuchara de madera.
- En la taza de leche que tenemos aparte, deshacemos la maizena o fécula. Lo calentamos al fuego en un cazo aparte y sin que llegue a hervir lo añadimos a la mezcla de yemas.
- Seguimos mezclando sin parar hasta que se espese.
- Lo vertemos en una bandeja o en boles individuales y, cuando esté bien fría, la espolvoreamos con los 50 gramos de azúcar.
- Con una plancha especial metálica o un soplete quemamos este azúcar para que quede una capa dorada, como de caramelo, encima de la crema.